Nada acredita más a un equipo sin posibles que ser un equipo solvente. Algo así como el sano ejercicio de la economía familiar, la gestión de los recursos, de la invención, el milagro, el atrevimiento y de la ropa vieja, un arte que cultivan los mejores cocineros. El Eibar tiene el don de la insistencia, la virtud de la fe y el sacrificio como homenaje a esa cruz que luce en su escudo. Todo lo contrario que el Málaga, que exhibió en Ipurua una mirada lánguida, una caída de ojos como de después de una siesta, a pesar de haberse plantado en el campo con bases sólidas.
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