Hace casi dos meses, se encontraron en el túnel de vestuarios del estadio del Nàstic. Se jugaban el título de la Copa Catalunya y, como dos amigos forjados entre aroma de linimento y betún porque coincidieron en el Madrid de 1994 a 1996, se fundieron en un abrazo que duró varios misisipis. Luis Enrique y Quique Sánchez Flores, entrenadores del Barça y el Espanyol respectivamente, se alegraron del reencuentro. O, al menos, eso es lo que asemejó porque ya no está tan claro que se lleven bien, toda vez que ayer no se realizó la tradicional fotografía entre los técnicos, postal típica antes del derbi que expresa cordialidad dentro de la competitividad.
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