La tiranía de la estupidez está alcanzado cotas de auténtico récord en el mundo del fútbol, es un hecho. Mientras algunos aficionados y periodistas nos empeñamos en señalar con el dedo acusador al césped y ese empeño modernista de ciertos futbolistas por decorar su buen oficio con botas de colores, pieles tintadas, mechas californianas o uñas de diseño, se nos escapa ante los ojos nuestra propia realidad, una corriente inquisidora y demencial que exige al protagonista del juego una conducta ejemplar y aseada tanto dentro como fuera del campo.
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