Sobre Novak Djokovic y Serena Williams, los reyes actuales del circuito, se han vertido todo tipo de alabanzas. Durante los dos últimos años, y no sin falta de razón, del serbio se ha dicho que era poco menos que un ser sobrenatural, un campeón invencible. Un acorazado indestructible, camino de pulverizar casi todos los registros de la historia del tenis. Acapara Nole una catarata de elogios extensibles a la estadounidense, cuya hegemonía se traduce en las 184 semanas consecutivas que lleva al frente de la WTA. A su manera, de derechazo en derechazo —por más que haya quienes le nieguen unas virtudes técnicas fuera de toda duda—, Serena también ejerce con mano de hierro.
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