Es el Open un escenario que abona la épica y las bellas historias, donde se dan las fábulas y se crean las leyendas. Y en Saint Andrews, la cuna y la biblia del golf permanentemente remojada, en la que parece surgir en ocasiones un dragón que exhala bocanadas feroces de viento, se relató una excepcional competición de cinco aspirantes que se batieron con denuedo por la Jarra de Clarete. Uno era Jason Day (-14), que se agarró al campo como pudo, con salidas irregulares y estupendas recuperaciones, al final condenado por unas pocas briznas que le negaron el putt definitivo; otro, marciano él, fue Jordan Spieth (-14), que se marcó un putt kilométrico en el hoyo 16 que echó por la borda en el siguiente con un bogey. Se le resistió la historia porque no pudo conquistar el tercer grande del año de forma consecutiva, hito que no se lograba desde 1953 (Ben Hogan). Los otros tres (-15) se citaron en el playoff. Y ahí Zach Johnson (Iowa, Estados Unidos; 39 años), que ya conquistó la chaqueta verde de Augusta en 2008 tras superar a Tiger Woods y Retief Goosen por dos golpes, se hizo grande frente a Louis Oosthuizen y Marc Leishman. “Estoy sin palabras, los sueños se hacen realidad”, acertó a decir con la voz entrecortada por la emoción; “felicitar también a mi dos rivales, dos grandes ganadores”.
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