Después de un último esfuerzo que le permitió adelantar su rueda delantera unos centímetros por delante de Chris Froome, cruzó la meta Alejandro Valverde, bajo el sol que empezaba a declinar en el Alpe d’Huez, y ya se notaba el frío en la cima, se quitó las gafas y empezó a llorar como una magdalena. Y la situación era tan chocante, un hombre hecho y derecho, con barba lobuna y pómulos afilados, un nombre con pinta de duro incapaz de contener las lágrimas, que los presentes, los periodistas españoles rodeándole, se contagiaron y aquello estuvo a punto del desborde emocional.
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