El popular dicho “Torres más grandes han caído” perdió parte de su sentido en junio de 2011, cuando River Plate consumó su viaje a los infiernos con su descenso a la segunda categoría del fútbol argentino. Aquella eliminatoria de promoción ante Belgrano se convirtió en una pesadilla para el club más laureado del país. Sus jugadores, paralizados ante la responsabilidad y el miedo, sucumbieron en el duelo que nunca pensaron jugar y el equipo millonario abandonó la élite ante los ojos atónitos de una nación que tiene el balompié como segunda (o primera) religión.
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