Un neoyorquino sexagenario se siente el hombre más afortunado del mundo porque acaba de cazar la bola como si fuera un catcher de los New York Yankees. Y no es una pelota cualquiera. No. Ha salido despedida de la raqueta de Roger Federer, de modo que la picaresca bien merece la pena: se recrea de pie mientras el público de la central aplaude la maniobra y la eleva como si hubiera ganado la Copa del Mundo, y cuando el tenis continúa y el hombre vuelve a perderse en el anonimato dibuja una sonrisilla en la cara y la mete con disimulo (relativo disimulo) en el bolsillo izquierdo. Tiene un tesoro.
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