Hace tiempo que el atletismo, en su faceta profesional y como entretenimiento para el consumo de los aficionados, entró en un imparable proceso autodestructivo. No hay mejor evidencia de su declive que los Mundiales de Doha, mal elegidos, mal ubicados en el calendario, vacío de espectadores, escondido en las parrillas de televisivas por el desinterés general, casi clandestinos.
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