Hay historias enormes, hermosas, intrigantes basadas en las escapadas, las escaramuzas, en lo inesperado. En las más grandes contiendas, la resistencia tiene siempre el romanticismo de la victoria o la derrota colgada de un hilo, de un segundo, de dos, de tres, antes de que llegue el ejército regular y te pase por encima. La Vuelta al País Vasco encontró a su pequeño gran héroe, el antídoto contra la monotonía, David de la Cruz, catalán de Sabadell, con una victoria en la reciente París-Níza, que supo emboscarse en la niebla del último puerto, Mendizorrotza, para escapar de la dictadura de un ejército que perdía efectivos por doquier y plantarse en San Sebastián midiendo los segundos, uno, dos, tres, y las pedaladas, cuatro, cinco, seis, para cruzar la línea de meta como ganador de la etapa, ligero de equipaje, y nuevo líder de la general, la ilusión rebosante en el zurròn.
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