Donde hay pobres también hay —y debe haber— profesionalismo. Esto, desde la antigüedad, reza para el servicio militar, la política y el deporte. La milicia fue asunto de caballeros en la Grecia clásica hasta que la necesidad de enfrentar las masas del Oriente, en las Guerras Médicas, impuso convocar a pobres y esclavos. Luego de la guerra, ¿se impedía que el mejor jabalinista, héroe militar, se entrenara a tiempo completo para brillar en la Olimpiada? Imposible, porque el orgullo de cada ciudad, conducía a mantener a ese soldado y deportista que aparecía como una nueva clase. Parte de las fiestas en homenaje a Zeus, también invocaban a la paz, imponiendo una pausa a los conflictos. Por su parte la política, oficio aristocrático en una democracia de pocos ciudadanos, requirió también del dinero para que los comunes pudieran integrar la Asamblea y así fue que el irrepetible Pericles, a mediados del siglo V A.C. estableció la “mistoforia”, o sea, la dieta que se pagaba a quien ocupaba un cargo público.
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