Hay futbolistas que nunca consiguen ver a sus entrenadores como otra cosa que empleados a su servicio. Ese fue el tratamiento que Cristiano Ronaldo dispensó a Pellegrini, Mourinho, Ancelotti, y, por supuesto, Rafa Benítez. Hasta que llegó Zidane, su actitud hacia los jefes fue, en el mejor de los casos, cordial. Ahora los empleados del club ven a Cristiano presa de la misma fiebre adrenalínica que ha elevado la actividad del equipo hasta transformar su juego. Es, al menos de momento, el efecto del trabajo de Zidane. Una labor menos reconocible por el modelo de adiestramiento que por la persuasión carismática.
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