“¿Pero qué hace? Por qué no se está quieto, que va a fallar la patada”, exclamaba más de un aficionado durante el pasado Mundial de Inglaterra cuando el galés Dan Biggar (Swansea, 26 años) se disponía a lanzar un golpe de castigo de unos 50 metros que podía eliminar al anfitrión. El apertura rojo ni se inmutó y siguió con su ritual. Sin parar quieto, se tocó el hombro izquierdo, luego el derecho, se atusó el pelo y otra vez los hombros antes de golpear el oval y certificar la victoria de su equipo en Twickenham y de paso poner de moda en Gales lo que a partir de entonces se conoce como la Biggarena, un baile que han imitado tanto compañeros de profesión como una afición hipnotizada con el movimiento del jugador.
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