“Todo el mundo me dice que estoy en el final pero, ya sabes, no tengo 89 años, me siento joven todavía”. La frase, pronunciada en 2013, cuando muchos barruntaban el ocaso de su carrera y el cierre de una era, es de Roger Federer. Al suizo, reconocía entonces, le movía el estímulo de medirse a las nuevas generaciones de jugadores, de competir contra esos chicos que en el futuro debían ocupar ese presunto vacío que en teoría, por una cuestión natural, generacional, debería haber dejado el de Basilea. Sin embargo, esos jóvenes no llegan y el ocupante del hueco sigue siendo el mismo, con 34 años y todavía más hambre de la que tienen los chicos que tendrían que haber dado desde hace tiempo un paso firme hacia adelante.
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