No es más que un ciclista que ha ganado una carrera un domingo al mediodía en un lugar remoto ante una catedral del siglo XVII, una torre y una cúpula, en una plaza cuadrada, hermosa y colonial. No es más que eso, pero al ciclista lo aúpan y lo empujan, lo vitorean como a un héroe victorioso en la batalla, es la algarabía y la locura en la plaza de Tunja. Y el ciclista no se llama Nairo Quintana, sino Edwin Alcibiades Ávila, un pistard de Cali, en el Valle del Cauca, lo más alejado ciclística y culturalmente, colombianamente hablando, de la Boyacá de Nairo.
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