Messi optó por jugar al escondite en Cornellà. No es que no quisiera participar del juego, sino que quizá su ansia por atesorar el esférico entre los pies le jugó una mala pasada. Acostumbrado a decidir los encuentros, bien con sus atinadas lecturas o bien con sus fabulosos quiebros y remates, el 10 quedó de lo más difuminado por una mala interpretación del encuentro; actuó en todo momento de mediapunta en vez de extremo como habitúa y facilitó la defensa del Espanyol, que cerró por dentro y le fue posible encimarle con uno o con efectivos, incluso con tres como se vio en la primera jugada del encuentro. Fue falta. Pero la tarascada dentro de la legalidad vale —no en vano el Espanyol cometió 21 por las nueve del equipo azulgrana— y Messi acabó por perderse extrañamente en el estadio blanquiazul.
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