Desde que llegara Johan Cruyff al banquillo del Barcelona a finales de la década de los 80, la posesión de la pelota resultó una imposición. No fue raro que con el tiempo aparecieran jugadores más técnicos que físicos que entregaban el esférico con diligencia y precisión. O futbolistas menudos que se definían al primer toque porque desde niños debían desprenderse del balón antes de tiempo para evitar las tarascadas rivales. Ahora, no se ha perdido la escuela del passing game azulgrana, expresada en Iniesta, Messi y Busquets, capaces de circular el cuero a una velocidad hipersónica como de aguantarlo, del mismo modo que anteriormente también lo hacía Xavi. Ocurre, sin embargo, que los contrarios entienden las patadas o los agarrones como un buen método para detener el fútbol del Barça. El Espanyol, que sacó un empate, fue el último ejemplo de otros tantos.
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