La pancarta recorrió el primer anillo de la curva norte de Mestalla: “Rafa, nos regalaste los mejores años de nuestras vidas”. El partido acababa de comenzar y Rafa Benítez se asomó a la banda mientras la multitud lo cubría con un manto de reconocimiento. “¡Ra-fa Be-ní-tez! ¡Ra-fa Be-ni-tez…!”, cantaba la afición enardecida, evocadora en cada sílaba del recuerdo de las Ligas de 2002 y 2004, conquistadas bajo la dirección del entrenador que esta noche ocupaba la caseta adversaria. Dos Ligas logradas precisamente a costa del rival madrileño que visitaba el campo dirigido por el ídolo que regresaba. El clamor fue solo equivalente al carácter explosivo del valencianismo. Benítez se volvió a la grada haciendo un gesto con la mano, tal vez conmovido. Tal vez consciente, a sus 55 años, de que al cabo de una carrera ininterrumpidamente próspera en contratos y premios, puede compartir un sentimiento profundo con sus acólitos. Inglaterra le deparó el triunfo profesional, pero sus días de gloria siguen correspondiendo a sus días en Valencia.
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