En los partidos tensos (y todos los clásicos lo son) hay valores que se suponen: el músculo, la actitud, la voluntad, el derroche, llegado el caso. Pero en realidad, el asunto se libra en el centro del campo, la zona más grande del campo, el campo de minas. Si te asaltan el centro del campo es como si te asaltan el jardín, significa que los ladrones están más cerca de tu casa. Y el Athletic accedió al jardín sin forzar verja alguna. La presencia de Beñat, Raúl García y San José, escalonados, con guante blanco y con guante de hierro, se adueñaron de la parcela sin que ni Illarramendi ni Rubén Pardo supieran por donde venían, por donde entraban. Illarramendi se vio condenado a ser el mejor defensa de la Real y Rubén Pardo a perseguir sombras, ahora la de Beñat, ahora la de Raúl García. Jugaba al contragolpe la Real, no por voluntad sino por necesidad, descosido el equipo, desmadejando el partido más que hilándolo, en busca de la genialidad de Carlos Vela o de que Zurutuza, varado en la banda izquierda, cogiera alguna vez la espalda del ofensivo De Marcos. No había más alternativas, mientras el Athletic tejía y tejía sin llegar a poner la etiqueta del gol. Lo intentó Raúl Garcia al comienzo con un disparo violento, pro alto, al que respondió Zurutuza con otro de la misma factura.
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