Triste, y mucho, el partido del Sevilla en Turín, donde jugó asustado y acobardado ante una Juventus superior, a la que jamás exigió. El conjunto de Emery, lastrado por un defensivo planteamiento, no compitió y cometió el tremendo pecado de no creérselo nunca. Si bien es cierto que el campeón italiano es mejor equipo en todos los aspectos que el andaluz, también lo es que el Sevilla tiene armas para, al menos, ponerle las cosas complicadas. Ni lo intentó el Sevilla, embutido en un traje de frustrante inferioridad, entregado como un cordero a un rival que lo despachó casi sin despeinarse.
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