En los años setenta, Ivars Kalvins, un investigador letón que buscaba un producto para acelerar el crecimiento de los animales, descubrió en Riga una molécula a la que bautizó meldonium. Cuatro décadas más tarde, después de nuevas investigaciones, se descubrió que la molécula, convenientemente dosificada, no solo hacía cerdos más gordos y lustrosos, sino que prevenía el infarto cardiaco y la isquemia cerebral entre los humanos, mejoraba la circulación, aumentaba el vigor sexual y la motilidad del semen de los verracos, más rico en testosterona, además, y hasta era buena para aliviar del síndrome de abstinencia de alcohólicos crónicos.
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