Dribló a un rival con un estupendo movimiento de cadera y al salir del regate le dio con el exterior del pie hacia Neymar. Se perdió el balón en la nada, en las botas rivales. Pero la grada del Camp Nou calló esta vez porque poco importaba una jugada infructuosa más, sino que se atendía con nerviosismo a Iniesta, tumbado en el suelo y con la mano echada al muslo. Segundos después, se levantó del césped y pidió el cambio con la mano. Algo no funcionaba porque su músculo había cedido. Otro varapalo.
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