En Nîmes ni las moscas se atreven a volar al sol junto a las Arenas por miedo a derretirse en el aire, tanto es el calor que hace, y cualquier esfuerzo, hasta intentar pensar una frase, genera un río de sudor. Los ciclistas, entonces, siguen hablando de las montañas, como si imaginar paisajes lejanos, de esos que en las postales lucen torrentes y nieves perpetuas en el Iseran y en el Galibier, rozando los 3.000 metros de altura.
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