“Cuando la naturaleza se desencadena su fuerza es más fuerte que la de todos los humanos”, dice Christian Prudhomme, el jefe del Tour, y no costaría mucho pensar que está hablando de Egan Bernal, un chaval de 22 años y cara de niño aún, y ojos grandes que se comen el mundo con una ilusión que parece tan pura, su hambre. Egan ha atacado en el Iseran, el gigante de los Alpes, y se ha ido solo, solo como los campeones deben ir, solo como iba Eddy Merckx, y mira solo atrás, girando mínimamente la cabeza, para comprobar el desastre que a sus espaldas crece. Y desde atrás solo alcanzan a distinguirlo con un catalejo.
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