Muchos nacen para ser profesionales. Pocos para ser leyenda. El destino enmarca el rumbo de los elegidos con momentos puntuales que en la mayoría de ocasiones suenan a tragedia, pero en realidad son solo la muestra de una fortaleza hecha para los auténticos campeones. Ver a Egan de amarillo en el Tour de Francia, la carrera más anhelada e importante del ciclismo mundial, es la recompensa a miles de kilómetros trasegados, a esfuerzos descomunales de sus padres por darle lo mejor trabajando sin descanso, pero sobre todo, a la tozudez tan suya y tan propia de los que no se conforman con ser sino que quieren llegar a ser.
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