Cansados, llenos de barro, doloridos después de 317 kilómetros, los ciclistas de aquel Tour de 1912 cumplían un curioso ritual al llegar al Parque de los Príncipes en París. Después de cruzar la línea de llegada, se daban un baño pero después debían atravesar a hombros de los voluntarios la distancia que les separaba de los vestuarios para no mancharse de nuevo en el suelo embarrado.
source Portada de Deportes | EL PAÍS https://ift.tt/2YCPtOs
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire