Zeljko Obradovic ya lo advirtió en una entrevista a este periódico hace pocos meses: “No puedo decir: por favor, hagan esto, ¡no me jodas!” Se refería a las charlas técnicas en los tiempos muertos, a los micrófonos que se meten entre el entrenador y los jugadores. No puede, no. El rostro se le enrojece, la adrenalina se le dispara. Grita, ordena, pone orden; borra compulsivamente la pizarra, vuelve a llenarla de garabatos que sólo él y sus jugadores entienden. Por eso es quien es, el técnico más laureado en Europa.
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