No se puede hacer ninguna objeción al juego de Novak Djokovic en la final de ayer. Corresponde, más bien, darle la enhorabuena por un nivel de tenis difícilmente superable. Las virtudes del juego del serbio, sobre todo en esta superficie, admiten poco margen de mejora. Esta queda prácticamente descartada cuando se alcanza el nivel de inspiración que desplegó en el encuentro de ayer.
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