Cada cierto tiempo surge una chispa que reaviva el debate sobre quién es el mejor futbolista de la historia: Maradona o Messi. Y está bien que así sea, porque la comparación interminable entre ambos no hace más que ahondar en su grandeza indiscutible, como un cuento sobre dos gigantes a los que nunca oculta del todo la sombra del otro. El fútbol se ha convertido en nuestro pasaporte más directo a la infancia, no hay placer adulto en este deporte que nos iguala a todos por insensatez, al que acudimos con la ilusión alimenticia de un lactante, y que de manera inevitable nos empuja a preguntarnos una y otra vez si queremos más a papá o a mamá, a Messi o a Maradona.
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