Marcó Boateng, igualó una desventaja de tres goles Las Palmas y a Quique Setién se le escapó una sonrisa delatora. El fútbol es eso, mezcla lo pasional y lo imposible para disfrutar hasta en las situaciones más extremas. Si además se llega al resultado mediante un estético despliegue resulta inevitable gozar. Todo ello matizó un partido bello por sus giros inesperados, por sus matices inescrutables, un empate que premió a Las Palmas por su tenacidad para reparar lo que había estropeado, también al Celta por su capacidad para imponerse de inicio y su esfuerzo para sufrir en los minutos finales en inferioridad numérica y rehacerse para bregar por un punto tras tener los tres en el bolsillo. Una igualada que, en definitiva, fue un regalo para el espectador, que disfrutó de un espectáculo magnífico, una locura futbolística.
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