Existe ya una generación de atléticos completamente hedonista, que sólo conoce el placer. Su único problema serio empieza a ser que, llegada cierta hora, no haya bares abiertos. No tiene que esforzarse en embellecer el fracaso, como las generaciones anteriores, que a fuerza de costumbre acabaron por hallar encanto en todas las derrotas de la vida. Siempre me acuerdo de Yáñez y la primera vez que pisó un casino. Entró a lo grande, con la corbata ligeramente floja. Llevaba 20.000 pesetas de la época y media cogorza, también de la época, y al cuarto de hora había tenido que pedirnos prestadas otras 5.000 a los colegas. Le gusta decir que aquel día, el de la bancarrota, fue el mejor de su vida. Es del Atlético.
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