El fútbol genera ficciones continuamente, que en el momento que brotan son lo más real que existe. Te desbarajustan. No existe defensa posible contra ellas. Cuando coinciden con la tristeza, como en la derrota del Atlético, esta te abate con cierta crueldad, hasta retroceder a la edad de un niño indefenso, horrorizado porque el globo con el que juega explota, o porque unos dibujos animados acaban mal. Confieso que nunca lloro, pero lloré, como otras veces. ¿Qué hay más real que eso? Acabado el partido me fui inclinando lentamente en el sofá, y encogiéndome en silencio, como si intentase regresar al útero de mi mamá, en busca de un refugio inaccesible al que no llegasen las noticias del mundo.
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