Al Juicio Final van los pecadores y los inmaculados a rendir cuentas ante Dios. El Madrid, pecador absoluto, se presentó en Lisboa en una final que decidiría su destino para toda la eternidad; la ganó por los pelos, en la última jugada. Dos años después, en medio de una temporada catastrófica, fue a Milán a jugar el partido más importante del año sin saber cómo había ido a parar allí, el último de todos. Esta vez no fue en el descuento, esta vez fue en el último penalti.
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