El Sevilla puso música de tambor a un partido que llevaba el guion de un Messi imperial hasta que emergió Pedro camino de Manchester. Puro suspense, puro fútbol. De intriga en intriga, Barça y Sevilla sellaron una final para rebobinar. Como evoca su popular himno, el cuadro de Emery lo hizo con un arrebato mayúsculo, con una fe encomiable. No se rindió ni a tiros de Messi, lo que engrandece a este equipo que vuela más alto que nunca, que compite con una fe infinita. Con el mundo rendido al primer acto de Leo, el Sevilla apretó la mandíbula y logró que el Barça de Messi pasara a ser el Barça de Mathieu, tan desafortunado como su técnico con los cambios. Se fueron Iniesta y Rafinha, se apagó La Pulga y se descompuso el Barça. Todo podía pasar. Incluso que fuera Pedro, que hace tiempo que no es Pedrito, quien hiciera su último acto de servicio a los culés.
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