Valentino Rossi es un regalo. Una suerte para un campeonato del mundo que goza las carreras al mismo tiempo con su vieja gloria, sus pilotos consolidados y su gran apuesta de futuro. Una maravilla para el espectador romántico, a quién atacaba la melancolía últimamente y ahora le puede la pura devoción. Se rinde el aficionado en cada uno de los circuitos a un deportista único, que no sólo hizo crecer a su deporte cuando era un veinteañero brillante, sino que azuza a las masas también ahora, a sus 36, cuando está logrando poner picante a una temporada magnífica.
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