A veces se celebran misas en la catedral del Nido, que los días sin oficios los turistas chinos visitan con la boca abierta —como se abre en el Duomo o la torre Eiffel— cuando los guías les conducen al techo ligero, y ven las vistas de su Pekín cambiante. Para eso se construyó como se hizo, para asombrar a los incrédulos, para competir en capacidad de atracción con las pequeñas obras de arte que los atletas elaboran los contados días de función.
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