En el año 2000, un desprendimiento de rocas arrancó de la pared norte de las Grandes Jorasses (Alpes) al director del Equipo Nacional de Jóvenes Alpinistas, Pepe Chaverri, y a dos de sus pupilos, David Larrión y Pablo Salas cuando estaban a punto de finalizar la ascensión de la vía Mc Intyre-Colton. La tragedia bien pudo haber dado carpetazo al equipo, recién creado, pero la Federación Española de Montaña, con buen criterio, decidió dar continuidad a un proyecto que hoy en día sigue vivo y que ha sido liderado, sucesivamente, por parte de los mejores alpinistas del país: Jordi Corominas, Chiro Sánchez, Simón Elías y Mikel Zabalza. Entonces quedó claro que el accidente en las Grandes Jorasses no fue causado por imprudencia o temeridad, sino por un factor que determina la realidad del alpinismo: los peligros objetivos. Dichos peligros cobran formas variadas, desde los desprendimientos de rocas a los aludes, pasando por las grietas, las cornisas, la rotura de seracs, las tormentas o los vientos huracanados. Todo alpinista debe decidir, en un momento de su trayectoria, si acepta convivir con éste tipo de amenazas, en las que la acción del ser humano poco tiene que ver. Estar o no estar, no hay mayor debate.
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