Peter Lim es dueño del Valencia en gran parte gracias a Amadeo Salvo. El entonces presidente desde junio del 2013, hizo de ariete ante las instituciones y acreedores. Convenció a todo el valencianismo de que la llegada del magnate de Singapur a la entidad che sería el maná para el devaluado club y una buena nueva para una ciudad sumida en la crisis económica e institucional, con la corrupción instalada en la clase política dirigente. El ánimo incansable de Salvo puso en el trono a Lim. Como pago a tales servicios, el nuevo dueño del Valencia le ofreció el cargo remunerado de presidente ejecutivo del club. Un puesto que en apenas ocho meses se ha demostrado que era meramente ornamental, y que ahora se dispone a dejar. La situación parece irreversible. Si nada lo remedia, con Salvo abandonará también el barco Rufete, el mánager general deportivo, un título rimbombante sin apenas poder de decisión al igual que el de Salvo. El Valencia, tras la felicidad de su regreso a la Champions, vuelve a ser el club de los líos de los últimos tiempos.
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