25/05 Lunes
Confieso que más de una vez he deseado tener el superpoder de escuchar los pensamientos de otra persona. Sé que no es muy original y si nos atenemos al tratamiento que se le ha dado en la ficción, como en aquella peli de Mel Gibson y Helen Hunt, lo que parece una bendición termina convirtiéndose en una pesadilla. Pero con cierta regularidad, este deseo reaparece. Por ejemplo, cuando veo a un político soltando un discurso. Este impulso se basa en mi sospecha de que lo que dicen no tiene mucho que ver con lo que piensan. Para saber realmente lo que le pasa por la cabeza en ese momento, debe darse una doble circunstancia. Que el susodicho se dirija a una persona de su confianza y que haya un micrófono abierto sin que lo sepa. Ha ocurrido de nuevo en Valencia, donde hemos podido escuchar el análisis más concreto, sincero y desprovisto de cualquier tipo de impostura de toda la noche electoral. El ¡Qué hostia, qué hostia! de Rita Barberá ha pasado instantáneamente a la historia y uno desearía que crease escuela. De esta manera, puede que abandonemos poco a poco el “hemos ganado porque hemos sido el partido más votado” cuando sabes que has perdido lo que más te importa, el poder, y abracemos el “qué hostia, qué hostia” que al fin y al cabo, es como el resto de los mortales nos expresamos.
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