Como si nunca hubiese dado el pistoletazo inicial, la Copa América pareció empezar y terminar en el Brasil-Argentina. Un duelo precioso, por intenso, pero sobre todo por vibrante, acompañado por un Mineirao en llamas, que mimó a la Canarinha, ovacionó a Messi y se dividió con la presencia de Bolsonaro. Poco se sabía de Messi en Brasil, más activo en las zonas mixtas que en el juego, fastidioso en el tapete y alegre ante los micrófonos. Apareció Messi cuando Argentina más lo necesitaba. No fue suficiente: los palos, Allison y, esencialmente, la eficacia de Brasil, certera para marcar, dura para defender, condenaron a la Argentina vacía de títulos desde 1993. La Canarinha ya tiene su final, una más en su casa, a la espera de Chile o Perú.
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