Roma era un horno el 29 de julio de 2009. La piscina del Foro Itálico se recalentaba bajo la radiación solar y la bruma del Tíber impregnaba el aire de una humedad pegajosa cuando Michael Phelps rompió el protocolo. Todos los nadadores que se disponían a participar en la final de 200 mariposa llevaban bañadores de cuerpo entero, recubiertos de una capa de poliuretano impermeable que los ayudaba a flotar y a deslizarse por el agua a mayor velocidad. Todos menos Phelps, que a sus 24 años se sentía tan superior que se presentó en la terraza de poyetes con una bermuda. A pecho descubierto. Listo para hacer la última gran exhibición de su formidable carrera, batió el récord mundial por octava vez consecutiva desde 2000 y dejó una marca para la posteridad: 1m 51,51s.
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