Mientras el calendario pierde horas y se aproxima París, crece la duda. Es la dinámica invertida, el paso trabado que inquieta porque a estas alturas del año Rafael Nadal solía estar ya volando sobre la tierra batida, y ahora no solo no vuela ni arrolla, sino que tampoco goza y compite además con la cabeza gacha. Se vio primero en Montecarlo y se constató una semana después, en la arena de Barcelona. Dos de sus santuarios. El mallorquín pretende, se busca, quiere y guerrea, pero no arranca. No al ritmo de los buenos tiempos. Se acerca París, progresa el reloj y sus dos primeras intervenciones suscitan más interrogantes que certezas.
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