La cena se celebró a horas intempestivas. Pero ya sabían lo que tocaba. La comida estaría lista para las doce de la noche, que a Plöermel, donde se alojaba la delegación española sub-20 femenina de fútbol, hay unos 40 minutos buenos en autocar desde el Estadio de la Rabine. Con lo que no contaban era con los ánimos. Ya no quedaba ni rastro de los nervios, la ilusión y la incertidumbre que les habían acompañado las últimas jornadas. Solo una mezcla de impotencia y orgullo. Y ganó este último, que una no es subcampeona del mundo cada verano. Y resonaron los aplausos en el comedor. No era para menos.
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