Era ya una franja significativa, casi dos meses, 55 días sin saborear una victoria y con la mente llena de las dudas lógicas que genera el no ganar, el intentarlo y no poder, porque el tenista al fin y al cabo funciona a partir de dinámicas e inercias. La de Garbiñe Muguruza no era buena este verano, con el tropezón en Wimbledon (segunda ronda), la ausencia en Montreal y el visto y no visto en Cincinnati (primera), dolorida además del brazo y sin poder llevar a cabo la puesta a punto adecuada. No era positiva la tendencia, pero al final, por fin, cambió.
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