El ritual no está en riesgo, pero desde luego deberá abreviarse: Rafael Nadal –en la segunda ronda tras el abandono de David Ferrer, con 6-3 y 3-4 en el marcador– restriega con la punta de sus zapatillas la línea de fondo para retirar cualquier impureza; toques en la suela de su calzado, sobre todo en tierra; ajuste del pantalón y los hombros de la camiseta, antes de retirarse el sudor de la nariz y las sienes; a continuación, bota la bola con la raqueta mientras rumia qué hacer en el próximo punto y finalmente insiste con otros siete u ocho botes con la mano. Entonces, pelota al cielo y martillazo. El hábito universalmente conocido.
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