El español más destacado del Mundial acaba de llegar de unas vacaciones en Ibiza, su destino veraniego desde hace años. Vuelve al trabajo con el regusto dulce del tercer puesto en Rusia, el mejor resultado de la historia de Bélgica en el torneo. Aunque Roberto Martínez (Balaguer, Lérida, 45 años), no se queda a vivir en los recuerdos, y tiene puesta la mirada ya en la inminente Liga de Naciones. A su alrededor todos se empeñan en revivir el éxito veraniego: una televisión japonesa aguarda su turno para interrogarle sobre el partido que el combinado nipón perdió ante los Diablos Rojos. Martínez, habituado a moverse en chándal entre las instalaciones de la ciudad deportiva, luce hoy un impecable traje claro para atender a los periodistas. Un año y nueve meses después de su aterrizaje, sigue recibiendo tres horas semanales de clases particulares de francés y flamenco para mejorar su integración. Y es un hombre querido en Bélgica. Lejos queda el día en que el estadio Rey Balduino de Bruselas reclamaba la vuelta de Marc Wilmots tras la derrota en su estreno contra España.
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