Cuando uno no tiene nada que decir acostumbra a utilizar demasiadas palabras, es una constante que se repite en el mundo del fútbol y en otros muchos ámbitos de la vida. De discursos vacíos están llenos los tanatorios, las consultas de los hospitales, los asientos traseros de los coches, las barras de los bares y también los estadios de fútbol, donde propuestas silenciosas como la del Barça en Turín terminan derivando en homilías interminables, por lo general aderezadas con todo tipo de adjetivos indemostrables y un buen repertorio de vaguedades varias.
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