Del añorado jogo bonito poco queda en el campeonato brasileño. La mayoría de los equipos se entrega al más descarnado resultadismo, se pertrecha para el contragolpe y si hace falta busca el fútbol directo. El reciente campeón, el enflaquecido Corinthians, es un ejemplo de fútbol pragmático. De los clubes con más dinero y plantillas, como Palmeiras, Flamengo o Atlético Mineiro, sería difícil rescatar algo potable. La bandera del buen juego quedó en las casi solitarias manos del protagonista más improbable, el Grêmio de Porto Alegre. Una apuesta que alcanzó su premio en la noche del miércoles en Buenos Aires, donde el Grêmio derrotó (1-2) al Lanús para conquistar su tercera Copa Libertadores y erigirse en el principal adversario del Real Madrid para el próximo Mundial de Clubes.
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