Arde París, se nos decía hace pocos días desde medios de comunicación de contrastada solvencia. El París futbolístico, se entiende. Más concretamente, el PSG. Todo ocurrió por una falta y un penalti. Recordemos los hechos. Jugaba el equipo que dirige, o al menos lo intenta, Unai Emery contra el Lyon y señaló el árbitro una peligrosa falta al borde del área. Cavani cogió el balón pero su compañero Alves, de profesión futbolista (magnífico), cómico (así, así) y ahora defensor de pleitos pobres, se lo birló para dárselo a su colega y amigo Neymar. Lanzó el brasileño, sin éxito. Instantes después se produjo un penalti. Cavani cogió de nuevo el balón y hacia él, ya sin intermediarios, se dirigió Neymar, que le pidió lanzar la pena máxima, convertida ya en una máxima pena. Cavani le dio calabazas, y fue el uruguayo quien acabó disparando y fallando, para pataleta de Neymar, al que de poco sirvieron las medallas que le condecoran como el jugador más caro de la historia.
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