El partido era una tentación para el adocenamiento, como esas tardes grises y lluviosas en que no apetece salir de casa. Con el centro del campo tan poblado, con futbolistas tan pegajosos y laborantes, el Barça sin extremos, el Athletic sin continuidad, el fútbol se movía como un petrolero en un riachuelo, sin sitio para maniobrar, sin espacio para correr. Era una buena noticia para el Athletic, que se sentía jugando de igual a igual. No era el hijo de un dios menor cuando buena parte de la parroquia de la Catedral estaba dejando de creer en ese dios tras los malos resultados. Incluso el Barça se asomó al partido sumando errores en el pase que le hacían más terrenal que de costumbre. Buenas noticias para San Mamés, que, sin tocar el cielo, al menos salía del infierno. El Barça colocaba en las bandas a Rakitic y André Gomes como guardianes de las anunciadas subidas de Sergi Roberto y Jordi Alba. Pero no había nada que guardar ni nada que subir. El Athletic se apuntó a la tarea de apresar a Busquets para cortar la boca de riego, a sabiendas de que sin Iniesta, el riesgo de sequía era más que evidente.
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